España y la inteligencia artificial: liderazgo superficial en un ecosistema atrapado en el pasado

España se ha posicionado como uno de los países europeos con mayor tasa de adopción de la inteligencia artificial, alcanzando ya al 50% de sus empresas. A simple vista, el dato puede resultar prometedor. En realidad, este crecimiento esconde una realidad menos brillante: el uso sigue siendo superficial, y en muchos casos meramente decorativo. La transformación real, aquella que integra a la inteligencia artificial como un motor operativo y estratégico de negocio, sigue estando secuestrada por estructuras tecnológicas obsoletas, modelos organizativos del siglo XX y una dependencia casi dogmática de sistemas heredados como SAP, Salesforce o similares.

Un país que quiere, pero no sabe nadar

La mejor analogía para explicar la situación actual del tejido empresarial español en materia de IA es una piscina. La mayoría de las empresas se encuentra todavía en la parte baja: jugando con herramientas genéricas, probando asistentes, automatizando tareas menores o incorporando interfaces conversacionales sin apenas transformación real del back-end. Es un uso tímido, que permite decir “estamos haciendo algo con IA”, pero que está lejos de reformular modelos de negocio, rediseñar estructuras de decisión o reconfigurar procesos productivos.

El entusiasmo existe, pero la dirección no está clara. La innovación se limita muchas veces a departamentos de marketing, recursos humanos o servicio al cliente, mientras los sistemas centrales siguen anclados en tecnologías que fueron vanguardia… hace más de dos décadas. Se siguen firmando contratos millonarios con suites tradicionales, donde cualquier modificación requiere meses de desarrollo y el soporte técnico es más una burocracia que un servicio. En este contexto, hablar de agilidad o de IA generativa aplicada a operaciones es una contradicción en sí misma.

El espejismo de la digitalización

Gran parte del ecosistema empresarial confunde digitalización con transformación. Cambiar papel por PDFs, añadir dashboards a un CRM o automatizar respuestas a través de un chatbot no implica haber incorporado inteligencia artificial. Lo que está ocurriendo en España es un fenómeno de adopción pasiva: las empresas “usan” IA en la medida en que herramientas que ya tenían empiezan a incluirla por defecto. Pero muy pocas están diseñando procesos desde cero, usando IA como capa fundacional. La mayoría adapta lo nuevo a lo viejo, en lugar de construir lo nuevo sobre lo posible.

De hecho, el peso muerto de las licencias SaaS tradicionales está asfixiando la posibilidad de moverse hacia arquitecturas más abiertas, interoperables y ágiles. Los equipos técnicos trabajan no para innovar, sino para hacer que lo nuevo no rompa lo viejo. En lugar de pensar en flujos orquestados con agentes autónomos, se dedican a integrar APIs con entornos rígidos que apenas permiten modularidad.

Agentes inteligentes: la promesa sin estrenar

Uno de los avances más disruptivos de los últimos años ha sido la emergencia de los agentes de inteligencia artificial. No se trata solo de asistentes, sino de entidades capaces de recibir un objetivo, analizarlo, planificarlo y ejecutarlo con un alto grado de autonomía. Estos sistemas ya están en uso para resolver tareas complejas, desde compras hasta resolución de incidencias internas o soporte legal.

Y sin embargo, en España apenas hay ejemplos significativos de despliegues de este tipo. Se siguen gestionando miles de procesos de forma manual, con empleados revisando documentos, cargando hojas de Excel o validando reservas de forma secuencial. Donde podría haber automatización inteligente y reducción de costes, hay fricción, dependencia y lentitud. Es el precio de seguir atrapados en arquitecturas del pasado.

Ahorros millonarios, ignorados

Mientras algunos líderes globales ya cuantifican el impacto de la IA en ahorros masivos de tiempo y recursos —hablamos de decenas de millones de euros al año solo por sustituir tareas repetitivas—, en España sigue reinando la cultura del “vamos viendo”. Los departamentos de innovación, en muchos casos aislados del corazón del negocio, no tienen capacidad de decisión real. La IA se prueba en laboratorios, pero no se libera al sistema nervioso de la empresa. No forma parte de la estrategia de producto, ni del modelo operativo, ni de la cadena de valor. Es una anécdota que se muestra en presentaciones, pero que no cambia el fondo de la película.

¿Qué frena la revolución?

Hay dos grandes barreras que impiden la generalización de la IA en profundidad. La primera, la falta de comprensión real de la tecnología por parte de los cuadros directivos. La segunda, una gestión de expectativas desalineada. Muchos empresarios esperan milagros instantáneos, sin comprender que integrar la IA implica rediseñar flujos, formar equipos, asumir riesgos y desaprender modelos heredados. Además, la dependencia tecnológica de plataformas propietarias limita drásticamente la flexibilidad para experimentar y evolucionar.

Por otro lado, el ecosistema de desarrollo sigue siendo escaso. Aunque existen centros de innovación y comunidades activas, muy pocas empresas españolas están apostando por construir herramientas propias, adaptar modelos fundacionales o crear ecosistemas de agentes personalizados. La mayoría opta por lo fácil: pagar licencias, esperar funcionalidades nuevas y usar lo que venga en el paquete. Esa mentalidad pasiva impide capitalizar las ventajas competitivas que ofrece la IA.

¿Y la regulación?

En Europa, la cuestión regulatoria es un factor añadido. La custodia de los datos, la soberanía tecnológica y el cumplimiento normativo son aspectos esenciales que todavía están en desarrollo. Algunas iniciativas recientes, como las nubes soberanas o las zonas de computación controladas, buscan dar respuesta a estas preocupaciones. Pero de nuevo, la respuesta empresarial es tibia, burocrática y poco ambiciosa.

Un futuro que requiere valentía

Si España quiere dejar de ser un país con alto porcentaje de adopción superficial y pasar a liderar realmente la revolución de la IA, necesita liberarse del corsé tecnológico que hoy la limita. Hace falta desaprender lo aprendido, cuestionar la sacralidad de ciertos sistemas, romper con las consultoras que viven de mantener el statu quo y apostar por una nueva generación de infraestructuras, centradas en inteligencia, agilidad y automatización.

La oportunidad está ahí, pero no se puede capturar con un pie en el pasado y otro en el futuro. O se salta, o se queda atrapado en medio.

Las rimas de la IA

Usar IA sin pensar, es como el vino sin catar. Si no rompes el sistema viejo, la magia no va a llegar.