La reciente propuesta de Amazon de despedir a 1.200 empleados en España, principalmente de sus oficinas de Madrid y Barcelona, ha reabierto el eterno debate: ¿estamos ante una ola de sustitución laboral por culpa de la inteligencia artificial? La respuesta, aunque incómoda, apunta en otra dirección. El problema no es la llegada de la IA. El problema es que llevamos dos décadas creando empleos que no eran necesarios, puestos nacidos al calor de estructuras burocráticas, duplicidades internas y una cultura laboral que confundió presencia con productividad.
Amazon, como tantas grandes corporaciones, se enfrenta hoy a un cambio de paradigma que no se puede frenar con protestas sindicales ni nostalgia corporativa. El gigante estadounidense no ha decidido eliminar personas por capricho, sino por eficiencia y sostenibilidad operativa. En un contexto donde la automatización y la IA son capaces de realizar tareas repetitivas, administrativas y analíticas con mayor precisión y menor coste, mantener capas intermedias de gestión sin impacto directo en la producción deja de tener sentido.
El diagnóstico se repite en toda Europa: el empleo no está desapareciendo por culpa de la inteligencia artificial, sino porque durante años el modelo empresarial creó trabajo artificial. La sobreabundancia de cargos administrativos, analistas de informes que nadie leía, responsables de supervisar responsables, o asistentes que coordinaban reuniones que podrían haberse resuelto con un correo, era un síntoma claro de un sistema agotado.
Hoy, la IA no destruye ese tejido: lo desnuda.
La enfermedad laboral y la urgencia de la automatización
Más allá del caso Amazon, los datos que manejan las patronales y mutuas laborales en España son demoledores. En algunos sectores industriales y de servicios, las bajas médicas superan el 20% de la plantilla de forma crónica. La combinación de absentismo, fatiga mental y desmotivación generalizada está generando un coste insoportable para las empresas, que se ven obligadas a buscar aliados tecnológicos.
Esa “alianza” con la IA y la robótica no es una amenaza: es una reacción de supervivencia. Mientras las cadenas logísticas y los departamentos administrativos se tambalean, la automatización garantiza continuidad, calidad y control. La industria no recurre a los robots porque quiera prescindir del ser humano, sino porque una parte del tejido laboral ha renunciado a su papel esencial: ser un aliado productivo del progreso.
La paradoja es clara: la tecnología no vino a sustituir al trabajador, sino a potenciarlo. Pero para lograrlo, el trabajador debe estar dispuesto a evolucionar. No basta con reclamar derechos; también hay que asumir responsabilidades. El discurso social dominante durante los últimos años ha insistido en reforzar las protecciones y los beneficios, pero ha olvidado algo esencial: sin compromiso y rendimiento, no hay empresa que sostenga el empleo.
El desafío real: los empleos que no se crearán
El verdadero riesgo no está en los 1.200 despidos de Amazon, ni en los miles que seguirán en otras multinacionales. Lo verdaderamente preocupante son los puestos que nunca llegarán a existir porque las empresas ya no necesitarán cubrirlos. En los próximos cinco años, una parte significativa de las nuevas oportunidades laborales que podrían haberse generado en sectores administrativos, financieros o logísticos serán absorbidas por la automatización antes incluso de publicarse una oferta.
Este fenómeno se amplificará especialmente en los niveles intermedios, donde la IA puede gestionar nóminas, optimizar inventarios, analizar balances y hasta redactar informes en segundos. Y si bien las nuevas tecnologías crearán empleo en programación, análisis de datos o mantenimiento de sistemas automatizados, no serán suficientes para absorber a todos los perfiles desplazados.
Por eso, el futuro no se definirá entre humanos y máquinas, sino entre humanos dispuestos a evolucionar y aquellos que se resistan. Las empresas que sobrevivan a esta transición serán las que formen a sus empleados en colaboración con la IA, no las que intenten detener su avance.
La nueva alianza empresa-trabajador
En este escenario, la capa laboral debe redefinirse. La relación con la empresa no puede seguir basada en la confrontación, la exigencia unilateral o la burocracia interna. Debe basarse en la corresponsabilidad. Si el empresario apuesta por tecnología, el trabajador debe apostar por formación. Si el empresario automatiza procesos, el empleado debe aprender a supervisarlos. Y si la empresa gana productividad, ambos deben compartir los beneficios.
La historia industrial demuestra que cada revolución tecnológica provocó inicialmente miedo, pero a largo plazo generó riqueza. La diferencia actual es que la velocidad del cambio supera la capacidad de adaptación de millones de personas. Y esa brecha solo puede cerrarse con una nueva mentalidad: la del trabajador como socio del progreso, no como víctima de él.
Conclusión
Amazon no es el villano de esta historia. Es simplemente el espejo en el que se reflejan miles de empresas que deben escoger entre adaptarse o hundirse. El error no ha sido implementar IA, sino haber construido estructuras laborales que dependían de su ausencia.
La inteligencia artificial no viene a destruir el trabajo, sino a depurar lo innecesario. Y lo innecesario, en el mundo empresarial, nunca fue sostenible.
Las rimas de la IA
El hombre creó su empleo, la máquina su verdad,
y al verse superado, culpó a la novedad.
No teme al robot ni al código frío,
teme al espejo que muestra su vacío.
